PRÓLOGO EN VERSOS DE FRANCISCO MENA CANTERO:
“Eres sol en la sombra, sepultura
que brilla en los adentros porque espera
renacer otra vez como si fuera
el rumor del ciprés, de leche pura”.
Del libro “AÚN NO HA LLEGADO AYER”, 1972.
Hubo mucho tiempo ha un rey sabio y cabal que esbozó una estrella sin rostro; a su tiempo aquella estrella arrebolada se hizo niña enamorada y la niña enamorada se nombró esposa virginal; entonces aquella estrella diamantina, aquella niña enamorada, esta esposa virginal, determinó cumplir una rosa de sólo trece pétalos...
Y el Cantar de los Cantares, el libro del amor perfecto, se encarnó y se enalmó en ella:
“Ponme cual sello sobre tu corazón,
como un sello en tu brazo.
Porque es fuerte el amor como la Muerte,
implacable como el seol la pasión.
Saetas de fuego, sus saetas,
una llama de Yahveh.
Grandes aguas no pueden apagar el amor,
ni los ríos anegarlo.
Si alguien ofreciera
todos los haberes de su casa por el amor,
se granjearía desprecio. 8, 6-7.
La esposa virginal en su niñez escuchó la más sublime e ineludible de las declaraciones amorosas:
“¡Qué bella eres, amada mía,
qué bella eres¡
Palomas son tus ojos
a través de tu velo,
tu melena, cual rebaños de cabras...4, 1.
“Hermosa eres, amiga mía, como Tirsá,
encantadora, como Jerusalén,
imponente como batallones.
Retira de mí tus ojos,
que me subyugan.6, 4".
La niña que, seguía mirando, sin embargo, a Jesús con ojos arrobados, conocía su fatal destino en la tierra a los ojos de los que la miraban desde fuera de sus anhelos:
"Me encontraron los centinelas,
los que hacen la ronda en la ciudad.
Me golpearon, me hirieron,
me quitaron de encima mi chal
los guardias de las murallas. 5, 7".
También conocía Eulalia, por expreso anuncio de Jesús, su primoroso destino en el paraíso celestial:
“Levántate, amada mía,
hermosa mía, y vente,
Porque, mira, ha pasado ya el invierno,
han cesado las lluvias y se han ido.
Aparecen las flores en la tierra,
el tiempo de las canciones es llegado,
se oye el arrullo de la tórtola
en nuestra tierra.
Echa la higuera sus yemas
y las viñas en cierne exhalan su fragancia.
¡Levántate, amada mía,
hermosa mía, y vente¡.2, 10".
Y por su ida, “a çaga de SU huella”, todas las lenguas del mundo proclamaron su nombre y los hechos de su martirio el día 21 de marzo de 2001 en Grenoble; entonces ciento noventa y nueve versiones de la “Cantilène de Sainte Eulalie”, presentadas por la Association Franco-Hellénique de Grenoble-Saint-Martin-d'Hères, trasformaron a la lusitana “bien hablada” (Eulalia) en la “todo hablada” (Panlalia)... pues como bien concreta Marie-Pierre Dion la “Cantilena” está “dedicada al culto de Santa Eulalia de Mérida” en quien, además, añade, se inspira “directamente” a través del Himno III del “Peristephanon” de Aurelio Prudencio Clemente.
A Santa Eulalia, cuando se la pinta o esculpe con un libro en las manos, tal felicísimo evento acontece porque, en realidad, es, por antonomasia, pleonasmo y metonimia una verdadera y auténtica “SANTA DE LIBRO”. Y no sólo porque de su figura se interesasen grandes escritores como Idacio, San Agustín, Gregorio de Tours, San Isidoro de Sevilla, Gonzalo de Berceo, Fray Luis de Granada, Rubén Darío, Federico García Lorca, Jorge Guillén... o porque los detalles de su corta y casi desconocida vida pasaran a los libros de la liturgia romana-visigoda como asevera Alejandro Recio Veganzones o porque fuese puente de la Literatura Escatológica europea del medievo bajo hacia el medievo alto a través del “Libro de las Vidas de los Padres Santos de Mérida”.
También, iconográficamente, como nos informa Carmelo Arribas Pérez, Santa Eulalia es una “santa de libro” desde finales del siglo XV, pese a la interpretación de Peláez del Espino, quien, extrañamente, interpretó como “pañuelo” lo que en sus compañeras de Almonaster la Real, Santa Julia y Santa Leocadia, son sendos libros... y que, sin más, tenía que ser un libro...
Estos libros se encuentran en las manos de una tríada de mártires y vírgenes maestras en el mal morir para el mejor vivir... como dicen sus respectivas passiones, escritas, simbólicamente, como fuente pedagógica, en libros de piedra, madera u óleo; sus originales altomedievales, escritos en pergamino, eran leídos en los oficios nocturnos y en los aniversarios de sus nacimientos a la vida eterna. Y también eran leídos como literatura de evasión en los monasterios femeninos de época visigoda, según interpreta Juan Gil, quien equipara las “pasiones” de los mártires con las posteriores novelas caballerescas o las anteriores “ novelas tardorromanas”.
Los pintores renacentistas, iniciadores plásticos en el uso de este símbolo, según dice Carmelo Arribas Pérez, plasmaron sólo lo que, hasta entonces, era tradición literaria: en palabras dichas por Santa Eulalia de “Melérida” para entendimiento de Santa Oria, según fueron transcritas por Gonzalo de Berceo:
“Tú mucho te deleitas en la nuestras passiones,
de amor e de grado leyes nuestras razones...”.
Con Santa Eulalia, a través de las palabras de Aurelio Prudencio Clemente, y con Berceo como notario de sus continuas reediciones, surgió el primer libro de texto cristiano y una literatura singular: al ser sustituida la escuela imperial por la eclesiástica (la de su basílica es la primera documentada) aparece la literatura pedagógica cristiana; ésta, ascética, por deducción de Palmer y de Jhon Petruccione, ofrecía por contenido básico la biografía de la santa emeritense como un modelo unisex de “fortitudo”, es decir, de “fortaleza”; su objetivo era la santificación a través de técnicas instrumentales algo menos extremas que las suyas (el “martirio no sangrante”, en expresión de Petruccione -hasta la “paz de la iglesia” para acceder al Paraíso Celestial sólo eran exclusivamente efectivas la pobreza y las renuncias a la vida o a la sexualidad”).
Tras la “paz de la iglesia” se pretendió ampliar el número de los aspirantes también por la práctica de la vivencia “ad martires”, es decir estando “junto a los mártires”; una de las opciones consistía en la visita de sus tumbas; el “Peristéfanon” o “Libro de las Coronas” de Prudencio inicia así la literatura española de viajes; en esta primera guía ya se elogia la grandeza innata de la ciudad de Mérida y del sepulcro de Santa Eulalia (que, a modo de gema hermética, procuraba, como todos los mártires, la salud a los vivos y la vida eterna a los difuntos, en expresión de Jean-Charles Picard); posteriormente Gregorio de Tours aderezará esta primera guía alabando a la ciudad de Mérida por su clima tropical, es decir, por una eterna y milagrosa primavera alrededor del sepulcro de Santa Eulalia.
Hay también investigadores que tienen en gran consideración al “Peristéfanon” o “Libro de las Laureolas”, obra que consagra su tercer himno a Santa Eulalia; Alejandro Recio Veganzones lo tiene como el Primer Martirologio Occidental que se adelantó a los Martirologios “históricos”. Para Hippolyte Delahaye, dice Carmen García Rodríguez, esta obra es una “passio épica” al tener “muchos elementos de tipo literario”, Dufourcq, escribía Aquilino Camacho Macías, “le concede... junto con otras... valor de verdaderas actas martiriales; y Ruinart la incluye, como tal, en su famosa obra “acta martyrum sincera””. Para todos, en aseveración de José Álvarez y Sáenz de Buruaga, el himno prudenciano de Santa Eulalia “... con justicia, se considera perfecto”.
El Himno prudenciano de Santa Eulalia se integra en la primera muestra hispana de un nuevo género literario y parahistórico: la hagiografía tenida por “disciplina nueva y autónoma” frente a la Historia, según interpreta Aquilino Camacho Macías.
La Hagiografía tiene como obra fundamental el eulaliense “ Libro de las Vidas de los Padres Santos de Mérida”; esta obra es de una originalidad extrema, si seguimos a Jesús Menéndez Peláez, quien tiene a la hagiografía visigoda de esta época como “en muchos aspectos continuación, y en algunos casos copia, de la más temprana labor hagiográfica”.
Para Gisela Ripoll e Isabel Velázquez la Hagiografía, género literario surgido más de la biografía que de la historia, tiene en las “Vidas...” el documento más imprescindible para el conocimiento de los siglos VI al VII.
Pero no sucederá hasta 1982 cuando Santa Eulalia sea inscrita como una santa propia de “libros”; el extenso y rico inventario de Aquilino Camacho Macías muestra que, en el intento anterior, realizado por Vicente Barrantes en 1875 o por Nicolás Díaz y Pérez, apenas si reunía escasa y vulgar bibliografía; pero ya abría el gozoso camino francés; en él Santa Eulalia aparece ya como figura internacional; aunque Barrantes no sabía si ¡¡¡“los rudos cantores de gesta”¡¡¡ se referían a la única Santa Eulalia o a su reaparición barcelonesa.
Ahora bien, como deba suceder que “a la flor, las flores”, en expresión de Williams Shakespeare, un mejor día llegó Alejandro Riber a Mérida (que arribó de la mano, pluma y tinta de Aurelio Prudencio Clemente... y de la mano, pluma y tinta de Paul Alard).
Alejandro Riber piropea a Santa Eulalia, sin duda, a causa de su semántica perfecta, desde la escena del Teatro Romano, con los más breves y mejores versos que se le han elevado a la “santita”: “Es un abril que triunfó de doce inviernos”... para el Tránsito, para la Transfiguración.
Como propone José Luis de la Barrera Antón, al presentar a la mártir desde la perspectiva de una niña real, su propia inculpación resultaba temeridad; es decir, osadía descarada de adolescente.
Eulalia sale de la villa paterna desde un lugar situado tan sólo a dos millas romanas del límite jurisdiccional entre Regina Turdulorum y Emerita Augusta (dato que sólo puede proceder de una “passio” emeritense coetánea del martirio que pretende enlazar, por parentesco de sangre, a Santa Eulalia con los primeros colonos de Emerita Augusta, asentados según Frontino, en los límites del territorium emeritense o in finibus Baeticae); Juan Gil ha demostrado de forma inequívoca e incuestionable, además a través de los arcaísmos lingüísticos conservados en la “passio” visigoda, (alguno expuesto anteriormente por Santos Protomártir Vaquero) la existencia de una “passio” local anterior a la obra prudenciana e inspiradora de ella, casi contemporánea del martirio y sospechada por Delehaye a finales del siglo XIX.
Esta sería la primera “pasión” hispánica y la única conservada por un fenómeno usual: el plagio ya sea a texto parcial ya sea a texto íntegro.
Pero Eulalia no camina a ciegas: “en la noche escura” iba “con ansias en amores inflamada” tras salir “sin ser notada estando ya su casa sosegada”; en su camino a la Tierra Prometida “en donde mana leche y miel” le guía a Santa Eulalia la columna yavética de fuego que alumbra al nuevo pueblo de israel. Este fuego divino le comunica a sus pies, sin duda, el mismo gracejo que poseen las estrofas del “Peristéfanon”: “un ritmo alegre, danzarín y bullicioso” en palabras de Juan Gil.
Tras haber tomado la miel aérea de la alborada el tormento que le descubre la mañana de “rosados dedos” es santificante aunque horrendo; pero su cuerpo no se convierte en una llaga que repugne; si en el estrado fue el mejor testimonio, es decir la voz del Espíritu Santo con dicción humana, ahora se hace arena, se hace piedra, se hace ladrillo, se hace pizarra, se hace pergamino, se hace papiro, se hace tablilla de cera... ardiente; y en su cuerpo, con su propia sangre, su último muñón de vida, los pérfidos arrejaques rotulan el nombre arrobador de Jesús con su sangre indeleble: “Sendos carnífices con pellizco horrible -escribe Riber- le arrancan los medrosos senos gemelos. Ella, con tierno labio entreabierto, contempla cómo los garfios escriben en sus carnes lisas con letras de viva púrpura el nombre de Cristo”.
En el trance final Eulalia le inspira a Federico García Lorca hermosísimos versos: “Por los rojos agujeros/ donde MIS pechos estaban/ se ven cielos diminutos/ y arroyos de leche blanca”.
En Eulalia el dolor y el horror no existen; en razón de su leve y grácil edad sus venas están llenas de ardor analgésico... para la indiferencia, para el desdén, para el desprendimiento... “ que ya sólo amar es mi exercicio...” diría por ella San Juan de la Cruz.
En Eulalia, pasado el puente sobre el río Anas, tras recorrer treinta ocho millas de fe, de anhelaciones y de sueños dorados, es la hora del total abandonamiento, del desasestimiento de sí misma para ausentarse de sí misma, para olvidarse de sí misma y para renunciarse a sí misma; pues en ella misma, siempre libre de arrequives y afeites, se concreta el misticismo real, el bautismo cruento, los esponsales divinos sellados por la sangre y el fuego de ambos enamorados; por ello Eulalia vierte su cuerpo en su propia sangre y lava su espíritu en la SUYA; ahora es la “amada en el amado transformada”.
También los garfios escribieron en su alma el “libro de los libros”: el Conocimiento Absoluto, la Sabiduría suprema; así fue proclamada trasunto del Espíritu Santo y su enviada evangelizadora a tierras galas e hispanas (es el primer ángel y también el primer arcángel de origen humano...); y surge, bajo su patrocinio, guía e inspiración, la literatura hispanovisigoda que llenará los anaqueles de las bibliotecas francesas (Aquilino Camacho Macías ve orígenes isidorianos en el dictado latín de la “Cantilena de Santa Eulalia”); esta literatura se inicia, a imitación suya, como gema sabia de mil facetas en “El Libro de las Vidas de los Padres Santos de Mérida”; según deducción de César Chaparro Gómez es la base inexcusable de “cualquier manual general de la historia visigoda” o “para la historia de la Iglesia” o un raro ejemplar entre “los escasos ejemplos de textos hagiográficos visigodos”. También es pieza fundamental para el conocimiento de la Historia Local y franco-española del período visigodo.
Los comentarios de Javier Arce nos permiten descubrir en el texto, expresamente escrito con destino a los primeros destinatarios del cristianismo, según su anónimo autor, un claro resurgimiento de la marginada literatura profética. No en vano declara a esta obra como “una pieza formidable de historia de las mentalidades”; concretamente de la cristiano- griega que, en Mérida, reorienta al cristianismo hispano hacia sus orígenes evangélicos.
La Hagiografía, es decir la biografía de los santos (género dominante, sublimado y enaltecido en la literatura medieval), en Santa Eulalia no es un género literario de aventuras extremas; será utilizada por la nueva Iglesia para endurecer a la aristocracia blanda (princesas, condesas u otras ricas hembras y hombres con hambre de ascetismo (San Waning, primer “confesor” o santo no mártir francés, es un ejemplo); también para atemperar a la aristocracia dura: algún guerrero, incluso, se bautizará en su nombre y en su fortaleza; fue el suceso de San Olaf I, feroz y desalmado vikingo, primer rey de Noruega y Suecia.
Pero el pueblo, representado por los “bárbaros”, reaccionará nuevamente al dictado intelectual y preciosista de Prudencio y creará una versión populachera: la “Passio...” visigoda, reescrita en el siglo VII, a manera de culebrón sudamericano, según queremos interpretar de Juan Gil (él la tiene como “literatura de evasión”, “al uso de religiosos adolescentes y aún maduros” o como ejemplo de “una especie de caballería a lo divino”).
Jesús San Bernardino, basándose en I. Rodríguez, declara que “Con sus himnos, lo que Prudencio pretendería sería la creación de una liturgia privada junto a la oficial de la Iglesia, una liturgia popular y doméstica”.
La “Cantilena de Santa Eulalia” también surgió en el norte de Francia, sin embargo lejos de su territorio catequético, como literatura paralitúrgica o perilitúrgica obediente a las normas popularizadoras del Sínodo de Tours. Como el himno de Prudencio esta singularísima obra eulaliense también alcanza los más altos grados de perfección en la literatura francesa; G. Hilty deduce que su “estructura es equilibrada” y que constituye “una verdadera obra maestra”.
José Luis Mosquera Müller en su artículo titulado “... Y surgió el castellano”, nos pinta a la “santita” en el “primer escalón en la lírica del castellano”. Bien es verdad que con Santa Eulalia surgió el castellano (ya dijimos que su nombre fue una de las primeras palabras pronunciadas en nuestra lengua -ahora añadimos que en todas nuestras lenguas ibéricas-)... pero mejor aún: con su nombre y su figura, al parecer, surgieron, muy tempranamente, los primeros testimonios escritos de todas las lenguas romances; en los años 630-638 (la fecha la dicta Antonio Maya Sánchez) y aquí en su patria “grande”... si nos atenemos a lo que declara Paul Lefrancq en su comentario al “Libro de las Vidas de los Padres Santos emeritenses”; en esta obra aparecerían los primeros trazos de las nuevas lenguas europeas derivadas del latín, trazos que volverán a aparecer en el “escriptorium” de Saint-Amand en el siglo IX... dos siglos después de ser escritas a la vera de la tumba de Santa Eulalia, insistimos, inspiradora y guía del “Libro de las Vidas de los Padres Santos Emeritenses”.
Lo dicho por Mosquera Müller se basa en que Gonzalo de Berceo, dice, escribió que Santa Oria, “vio en el Paraíso” a “las Santas Cecilia, Ágata y... ¡Eulalia¡”; de aquí que según él, “Eulalia forma parte de uno de los pasajes de Gonzalo, el riojano de Berceo” padre de la lírica española.
También Riber había visto a la “martir” en uno de los primeros escalones de la lírica -sin duda un escalón más humilde que el del surgimiento de la lírica castellana- el de la poesía cristiana femenina (sin embargo en ambas ejerce de “primera dama”): “Por el Himno III del Peristephanon Passio: Eulaliae beatissimae Martyris, la mujer entró en la poesía cristiana”; con ella, sin embargo, en el dictado de Prudencio surge la poesía cristiana, es decir, la literatura hispanocristiana que, además, es el primer intento de reconciliación cristiana con la literatura clásica latina según deducción de Luis Rivero García.
Y, a causa del patronazgo canónico que pedían para sí los habitantes del Principado de Asturias, el nombre de Santa Eulalia formará parte del primer documento castellano que se tradujo al latín en Roma, asegura Justo García Sánchez. Por cierto, la “lengua” bable tuvo también sus orígenes literarios en Santa Eulalia; según revelación de Jesús Delgado Valhondo: “El primer poema en dialecto puro asturiano es un poema a Santa Eulalia”; es éste el romance del “Pleito entre Oviedo y Mérida” escrito por Antonio González Reguera en el siglo XVIII: en dicha época, la madre de cien, mil y más literaturas, concitaba a la conloa a través de Certámenes Poéticos en su honor.
Ahora bien o aún mejor nos descubre Lorenzo Riber, sin justificación, aclaración o pista, a Santa Eulalia como precursora de Beatrice di Folco Portinari, guía espiritual de Dante en su gótico paraíso: “Santa Eulalia de Mérida fue la precursora de aquella mujer celestial que se apareció a Dante, so un cándido velo, vestida de color de llama viva”.
Sabíamos, fehacientemente contra lo dicho por algunos divulgadores (señálase con el dedo Josefa López Alcaraz), que Eulalia de Mérida ya estaba también en los principios de la literatura francesa; pero como también evidencia G. Price (y no es francés) también se encuentra en los orígenes de las lenguas derivadas del latín y en sus literaturas: “tanto desde el punto de vista lingüístico como literario constituye (la Cantilena de Santa Eulalia) el más antiguo texto no solamente francés sino también romance”, es decir, su nombre y su martirio dieron principio al primer texto conocido de todas las lenguas derivadas del latín y de todas sus literaturas; la razón es bien simple y efectiva: “es el más antiguo texto romance que representa más o menos fielmente la lengua de su época”. Como añade G. Price no es el caso de los “Juramentos de Estrasburgo”.
A su vez la Prosa, Secuencia o Cantilena de Santa Eulalia fue atribuida por E. Sievers a Hulbald de Saint-Amand, monje de la Abadía de Elnone; la abadía de Saint-Amand-les-Eaux estaba situada en los dominios de la lengua d´Oïl, más allá del Loira, límite del territorio franco-eulaliense según Paul Lefrancq.
Para Yves Chartier la “Cantilena de Santa Eulalia” es “ una de las primeras formas y de las más importante del canto litúrgico oficial romano-franco (el “gregoriano”)”; además, también, y así lo decía Leclercq, la “Cantilena” es modelo de las canciones de gesta francesas como la “Chanson de Roland”.
Pero ahora Riber relaciona a Santa Eulalia también con ¡los orígenes particulares de la literatura italiana¡
Santa Eulalia, ¿“precursora” de Beatriz, dice, Riber, mujer de la que, según Carlos Alvar, se dijo “cosas que no han sido dichas de ninguna mujer”? Evidentemente no sabe Carlos Alvar que en la Historia de la Humanidad Santa Eulalia no tienen parangón. Se le han conferido tantas, tan altas y tan sublimes consideraciones que en ella es su personaje más singular.
Después de verificar el inmenso yerro cometido, expresa y voluntariamente, en materia muy grave, por Miguel Asín Palacios, por qué no decir, de forma rotunda, que Eulalia no es la mera precursora, sino la excusa, la prefigura y el modelo directo de Dante Alighieri para declarar, en el siglo XIV, a su amada Beatriz como “guía celestial” y trasunto del Espíritu Santo.
N.B. Quepa ahora un sólo detalle recogido del libro de “La Vida Nueva”: si Eulalia muere con 13 años, Dante (que creó su mundo con número y medida -muy previsibles-) hace morir a Beatriz bajo este mismo cardinal: “Al punto comencé a pensar, y me di cuenta de que la hora en la cual se me había aparecido esta visión (la de la muerte de Beatriz) fue la cuarta de la noche, de modo que resulta manifiesto que esta hora fue la primera de las nueve últimas horas de la noche)...
Otro literato español, a su vez, por dictado de un tal Munio, de allá del siglo XI, (ahora entendemos la proposición de Riber) también la tuvo por su “Beatriz”; el también primer “bien escriptor” español, Gonzalo de Berceo, había hecho de Santa Eulalia de Mérida, enviada divina y guía celestial (Santa Eulalia es el único cangilón de la noria escatológica cristiana en la Edad Media); en realidad, Berceo, transcribiendo a Munio en el siglo XIII, la ilumina en su Paraíso como la encargada de otras dos guías celestiales pero única “guiona” celestial que disponía de guión y paloma principales:
“Fixa, dixo Ollallia, tu tal cosa non digas,
Ca as sobre los çielos amigos e amigas:
Asi mandas tus carnes, e assí las aguissas
Que por subir a los çielos tu digna te predigas.
Recibe este conseio, la mi fixa querida,
Guarda esta palomba, todo lo al olvida:
Tu ve do ella fuere, non seas deçebida,
Guiate por nos, fixa, ca Christus te combida...”.
Además nos declara Lorenzo Riber a Santa Eulalia como precursora de Teresa de Jesús. “Eulalia de Mérida, en la orgía mística con el Esposo de la medianoche, vertió sobre su vestido de lino la copa del vino rojo”. Prudencio, a través del Himno III, inició la poesía mística española, es decir la literatura mística europea y universal. Entretanto Prudencio convirtió a Eulalia de Mérida en el nexo del misticismo martirial con el misticismo incruento y literario de Salomón, de Ibn Arib, de Eckhart, de San Juan de la Cruz o de Santa Teresa de Jesús.
Y como cada uno ha de encontrarse con su semejante dice Bernard Cerquiglini que el “Rithmus teutonicus de piae memoriae ...” o, más abreviadamente el “Ludwgslied”, que es uno de los textos germánicos más antiguos y el primero de tipo político (en el parecer de F. Simeray), fue escrito a continuación de la “Cantilena de Santa Eulalia”. Es decir los primeros textos de las lenguas romances y germánicas, como bien cotejó F. Simeray, vinieron para luz del mundo en el mismo parto.
EPÍLOGO EN VERSOS DE JESÚS DELGADO VALHONDO:
“Una muchacha se desnuda y corre
pinar adentro, sombra adentro.
Entra y sale como agua que se juega
la alegría.
Se confunde con todo lo perdido.
Huye, muchacha, que pronto no volverás a nacer.
...
El cuerpo queda atrás
olvidado,
casa deshabitada
del alma de la huida.
...
El pinar es una voz de mar
que quiso una paloma”.
Del Libro “La Vara del Avellano”, 1974.
Antonio Mateos Martín de Rodrigo
lunes, 26 de noviembre de 2007
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